Trabajo solo. Y no, tampoco tengo miedo a que me roben o me timen, estoy encerrado en un pequeño puesto, mi fortaleza, y tengo la regla de que antes de dar el cupón, he de coger el dinero. Y si son billetes comprobarlo con una máquina especial si son verdaderos o falsos. Y cuando llega la hora de cerrar, viene mi padre a recogerme y ayudarme con la recaudación. Esa es mi rutina.
Tal vez alguien pueda pensar que es un trabajo aburrido y monótono, que sólo estoy aquí porque no puedo aspirar a más. La verdad es que se equivoca. He estado trabajando en otros lugares pero no me llenaban, he estado ayudando a otras personas invidentes como yo, pero llegué a corroborar la idea que tenía de pequeño, llegué a darme cuenta de que hasta en las personas con discapacidad intentan pisarse unas a otras. Sí, discapacitados, no me gusta eso de con capacidades especiales, porque no es cierto, somos discapacitados para algunas cosas, igual que muchos de los que os creéis mejores no podéis hacer otras que nosotros sí o la mayoría de los capacitados. Todos tenemos alguna restricción en nuestra vida, más clara o menos, pero la tenemos: todos somos discapacitados en algún momento. No todos pueden escribir poemas, por ejemplo. O ser astronautas.
Si finalmente estoy en este trabajo es porque me gusta, porque aquí sí puedo despegar mis alas, aquí puedo tornar mi vida en amarillo, darle algo más de color a mi vida azul. Ninguno de vosotros sabrá jamás qué se siente al enamorarse de una voz, como me ha pasado a mí. Sé que podréis pensar que os miento y sí podéis hacerlo por teléfono, pero os juro que el sentimiento no es el mismo, en vuestras vidas está la opción de que os conozcáis o podréis ponerle los ojos y la boca de vuestra ex pareja, la nariz de aquel actor que tanto os gusta… Yo sólo puedo imaginar su cara, su cuerpo con imágenes que nunca contemplé.
Es algo difícil de explicar lo sé, pero es amor. Y el amor no se explica.
Oigo su voz todos los días, la oigo pasar con sus compañeras de trabajo, porque ella trabaja en una gran empresa, en la planta séptima. Trabaja en el departamento de recursos humanos, su pelo es castaño y su mirada azul como el cielo, su piel blanca. Sus labios son rojos como el fuego del infierno. Y su cuerpo está perfectamente dibujado. Al menos ella es así en mis pensamientos, en mis sueños. Sin haberlo visto jamás siempre me gustó el pelo castaño, marrón según dicen. Realmente no sé dónde trabaja, pero me gusta imaginar que lo hace en ese lugar.
Si no fuese ciego, algún día podría preguntarle, invitarla a una copa, acariciar su rostro, y comprobar que estaba en lo cierto. Pero eso no podrá ocurrir nunca. Ni siquiera me ha comprado un cupón, sólo he oído su voz al pasar por la calle. Ningún normal podría distinguir su aroma entre el de sus compañeras, pero yo, un discapacitado, sé que el suyo es el más dulce de todos y distinto su voz del ruido del mundo. Ésta entra en mi fortaleza y aquí se queda reverberando hasta que se difumina en mi sonrisa.
Si no fuese ciego, le propondría conocerla lejos de estas calles, en su habitación, en la mía. Recorrer con mis manos su cuerpo. Pero sé que por ahora, y para siempre, sólo podré hacer eso en mis sueños. En esos sueños en los que puedo ver, en los que ella me ve. Pero siendo ciego, sólo me queda esperar que se acerque a comprar un cupón, a que un día pasee sola y pueda sentir su aroma muy dentro de mí.
Siendo ciego sólo me quedan los sueños.